sábado, 28 de marzo de 2009

Intro mix


"No wey, ese wey llevaba cinco minutos, llegó quemado dos veces...", increpaba el chofer al checador quien, desde el otro lado del estribo, lanzaba una mirada al chofer como diciendo "yo soy el que está debajo del camión". No se daban cuenta que, a pesar de ser las nueve y media de la noche, en el metrobús viajábamos siete personas. La noche de jueves no era tan fría como lo advertía la chica delgada del clima: "Abríguese, para la noche habrán rachas de viento polar...". Dictadorzuela.
El silencio previo al movimiento de nuestra nave fue aniquilado por la súbita presencia de un vendedor-microempresario. Un ejemplar que desafíaba los postulados más sofisticados de la imagen comunicativa y la persuasión de ventas. El medio es el mensaje. Habló: "Buenas noches damas y caballeros, en esta ocasión les venimos presentando la última colección musical Música nostálgica del recuerdo, 120 éxitos con los mejores temas que usted conoce". El camión dejó tras de sí la imagen paupérrima del checador.
El vendedor era un hombre alienado. Tras de su espalda colgaba una pequeña mochila que hacía las veces de caparazón. Emitió un sonido. Milagro inesperado del ingenio urbano: la mochila portaba una bocina y un reproductor de cd-mp3 portatil. Play y fsss...bep, bep, para subir el volúmen. Intro mix: "Adiós amor, no se puede continuar.../Y volvereeeeeeee/Día con día los meses se van, no se ni cuando ni como.../C-c-c-cómo te extraño/Pssssss/Shumshumshum/Quiero dormir cansado, para no pensar en ti.../Dí, dí porqué, nos dijimos adios.../Hay luto en mi alma.."
El chofer sonrió. La señora que iba sentada detrás de él sonrió. Sus vecinas de asiento sonrieron y dijeron algo que no alcancé a percibir. La mujer que viajaba en el asiento paralelo a mí sonrió y buscó dinero extra para una posible compra. Quizás alguien lloró por el inminente ataque de (a la) nostalgia. Me consta que alguien comenzó a cantar, pero en voz leve. "Hipocreciaaaaaa, morir de sed teniendo tanta agua/Aquí en mi corazón, llevo una herida cruel, que no podrá sanar, nunca jamás/Do-do-dolor/Ay amor divino, pronto tienes que volver" y más FSHHSHSHSH. Destellos y vértigos sonoros, furia hi-fi. 120 éxitos: "todos en formato mp3, la máxima calidad en sonido, ahora a un precio súper especial: diez pesos solamente". El vendedor ya se había fastidiado de haber reproducido el mismo intro mix por cerca de trescientas veces.
"¡Dáme uno!", dijo un señor que viajaba detrás de mí. Su tono era como si lo estuvieran forzando a comprar el maldito disco. Yo seguía en mi empeño por retirar los residuos rojos empotrados bajo mis uñas de la mano derecha (suelo traer las uñas de la mano derecha más largas que las de la izquierda). La sangre seguía siendo espesa. "¿Cómo que emepetrés?" cuestionó inquisitoriamente una señora, no menor a los cuarenta años. "Pus sí, emepetrés...lo que pasa es que caben más canciones así", atajó el vendedor. "O sea ¿si lo meto en mi grabadora se va a oir?", insistió la señora. "Pero sólo si dice emepetrés" dijo el microempresario, emulando miméticamente la leyenda MP3 en un reproductor imaginario.
Harto de ellos, opté por echar una mirada improvisada por la ventana, solo para recordar de dónde venía y a dónde iba. Decidí pensar en la diferencia entre causa y consecuencia..."Si no lo lee me lo cambia por un normal", siguió la señora, quien ya se preparaba para bajar en la siguiente esquina. "No hay bronca, todos los devedé leen emepetrés", sentenció el hombre bocina, mientras José José daba ladraba la palabra almohada.
¿Cuánto podía ganar vendiendo discos pirata en los camiones, como lo hacía el hombre bocina? A diez pesos cada uno. Miré de reojo los zapatos del vendedor. No sé si sentí ganas de llorar o de golpearlo. El oído derecho comenzó a zumbarme nuevamente, no obstante mis piernas habían dejado de temblar. El camión llegó a los arcos. El vendedor había dejado de sonar las inmundicias baladas hechas mierda por grupos nostálgicos del recuerdo. ¿Sabían esas personas quiénes eran Electric Light Orchestra, Nazareth, Leo Sayer...? Los zapatos del vendedor se habían esfumado junto con su dueño y su música nostálgica del recuerdo. Yo me bajé más adelante. El autobús me escupió y salió rugiendo. Antes de dar tres pasos más encendí un Delicado. Fumé mientras recordaba la tonalidad de una canción de Rigo Tovar que tanto le encantaban a las putas de ese lugar. Había llegado temprano al día más desgraciado de mi vida: el día posterior de haber matado a alguien con mis propias manos. Se hacía rápidamente tarde.

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