lunes, 16 de julio de 2007

Alude la Civilización a la tragicomedia incómoda



Aspiración a lo grande, veinte pisos encima de los mortales y más cercano a Dios que todos los que pisamos la ciudad. Un edificio compuesto de manera absurda por un conglomerado de cristal: dialéctica irreconciliable que, sin embargo, y ante nuestros ojos, se hace posible por la transa y la corrupción. Funcionarios y empresarios presentados como sinónimos de la estulticia de derecha e izquierda, trazados sin piedad desde la concepción pragmática de Luis Enrique Gutiérrez Ortiz Monasterio, autor de Civilización, obra ganadora del Premio Nacional de Dramaturgia “Manuel Herrera” edición 2006 y que se estrena el martes 17 de julio en el Museo de la Ciudad, siendo la obertura a la Quinta Muestra de la Joven Dramaturgia, auspiciada por el Instituto Queretano de la Cultura y las Artes.


Tres actores en escena en una lúcida composición de claros oscuros, apostándole directamente al diálogo teatral a través de un discurso cotidiano, abstraído de la realidad social y política actual. Sin embargo, tras la simplicidad de la producción existe un guiño crítico para el espectador, quien se deleitará con un texto lúcido, ácido, lleno de íconos de la problemática política, intermitente entre la realidad y lo que no queremos reconocer de nuestra cotidianidad y la ínfima importancia de nuestra memoria histórica.

Luis Enrique Gutiérrez acota que Civilización no es propiamente una comedia, como el resto de sus obras, sino más bien un drama basado en el orden público cotidiano. No obstante, la obra extrapola este orden y lo convierte en una subversión de la misma realidad. La explotación efectiva de referencias metatextuales, de una realidad en la que todos convidamos pero que nadie quiere reconocer, provoca una mofa tragicómica en el espectador digna de compartirse y de liberarse de los eufemismos mediáticos.

Una conjugación anecdótica que rememora no un maniqueísmo inmediato entre las clases gobernantes impúdicas, los insaciables empresarios y el aparentemente implacable hombre de los valores democráticos, que más que presentarse a modo de retórica, coadyuva a la memoria histórica y al deslinde politiquero superfluo. Civilización devela la corrupción, la disponibilidad religiosa, sexual y fanática, el enclenque sistema gubernamental, la infame postura de izquierda que en el nombre de los valores tiene precio, elementos aderezados por una sutil iluminación, a cargo de Jorge Kuri, que se antoja homérica y contrastante.

Cinco actos que se caracterizan por un inteligente relato teatral, subversivo y vulgar. Reacciones encontradas ante tres cuerpos desnudos de cuerpo, alma y cargo público. El discurso teje una comparsa lúdica con las composiciones visuales que generan los actores, la iluminación y la escenografía. El silencio es un importante elemento que da respiro y reflexión al espectador, una construcción más clara de los personajes. Drama y comedia, corrupción y majaderías, nuestro retrato como ciudad y como ciudadanos. Un centro histórico que funge como actor subjetivo donde recaen las también subjetivas acciones de los personajes, en nombre de un imputable edificio de veinte pisos, hecho de cantera y cristal.

Uno de los momentos más interesantes se encuentra cuando el tercer personaje –por orden de aparición- revela un halo de esperanza enfundado en los principios democráticos y los valores inquebrantables del poder ciudadano. La inviabilidad de la construcción del edificio depende de un idilio burocrático, a lo que el tercer personaje representará un obstáculo idóneo pero deleznable, pero con precio, corruptible al fin.

Civilización representa un reto al público desmemoriado y al ilusionismo demagógico y obsoleto. Grandes actuaciones dirigidas casi en automático por el autor, revelan un reto a la desmemoria queretana y a la arraigada ignorancia provocada por la polaridad partidista. Actores desnudos y semivestidos a la vez que simbolizan una transparencia aparente, dentro de una escenografía ascéptica que alegoriza sobre nuestra misma entidad, también aparentemente pulcra, en un montaje extemporáneo y agresivo, tan lascivo como la verdad, tan corrosivo como nuestra realidad. Así es la Civilización, nuestra civilización.

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