En el Museo de la Ciudad culminó el jueves 26 de julio la primera temporada de La importancia de llamarse Ernesto de Oscar Wilde, adaptación efectiva y particular de la compañía teatral “Sabandijas del Palacio”, grupo de artistas escénicos convocados por su directora Mariana Hartasánchez, que evocó desde carcajadas, moralejas inminentes, hasta consignas éticas al público asistente.
Desde el mes de abril, La importancia de llamarse Ernesto dirigida a un público heterogéneo, tanto cercanos a la dramaturgia clásica como a los delectantes del teatro joven emergente, se desarrolló en uno de los espacios del Museo en la planta baja, bajo un sutil montaje y una interesante disposición paralela y dual de la cuarta pared.
El grupo de teatro “Sabandijas del Palacio” presentó en la parte actoral a Leonardo Cabrera (Algernon Moncrieff), Miguel Loyola (Lane y Merriman, ambos mayordomos), Bernardo Lira (Juan Worthing), Dulce Mariel Gutiérrez (Gundelinda Fairfax), Carlota Dessire (Cecilia Cardew), el experimentado René Barragán (Reverendo Casulla) y la misma Mariana Hartasánchez (Lady Bracknell) quien también desarrolló el trabajo de dirección.
Una obra con un título poderoso y referencia histórica inmediata del teatro clásico romántico podría suponer una garantía gratuita de éxito. La obra más exitosa de Oscar Wilde, sin embargo, exige trasladar la visión ética y social de los personajes y su discurso al contexto del espectador contemporáneo. Un enredo amoroso plagado de anacronismos y de confusión por la identidad de los personajes masculinos deviene en una comedia perfecta. El reto es tomado por Hartasánchez, presentando una producción modesta en recursos pero rica en diseños, simbolismos, un vestuario puntual y un juego lúdico-estético atractivo.
Es de resaltar el trabajo multinstrumental del maestro Fernando Montes de Oca, encargado de la improvisación musical y de las piezas a manera de score. Tanro ejecuta la guitarra, como flauta, violín, canto, y uno que otro cameo diminuto. La propia Hartasánchez se muestra como una contralto dulce que congenia con el agudo personaje de Lady Bracknell.
Las restricciones del lenguaje delatan una problemática de traducción: el elemento cómico de la obra radica semánticamente y fonéticamente en la palabra Earnest, que quiere decir serio, formal, y Ernest, el nombre de Ernesto. No obstante, la frivolidad y la emotividad que le imprimen los actores a los personajes masculinos, Moncrieff y Worthing, encarnan una doble personalidad lúdica y con intereses amorosos efervescentes.
En el montaje se juega con la simetría del escenario. La imaginación explota cuando los actores trasgreden la cuarta pared e incursionan en la dinámica de la obra: personajes que se asoman al público y delatan verdadera personalidad ante el espectador testigo, confidente y delator. Un marco rectangular dorado pende de las bambalinas y hace las veces de espejo y de ventana. Dos sillas de herrería moderna contrastan en color sobre el fondo blanco de tela y en estética con el discurso, la temporalidad y el vestuario de los personajes.
Un interesante duelo actoral se lleva a cabo hacia el último acto cuando Gundelinda y Cecilia desentrañan el fraude nominal de sus dos pretendientes. Enfundadas en sus personajes, Dulce Mariel Gutiérrez y Alejandra Chacón, respectivamente, tejen un discurso morfológico y cómico rico en expresividad. Raya intencionalmente en lo frívolo, lo que incrementa al trabajo escénico una exigencia mayor de doble filo. Pero el discurso del texto se mantiene intacto mientras los personajes se destrozan.
Aunado a la originalidad y dinámica de los diálogos de origen wildeano, Hartasánchez realizó un gran número de adecuaciones de temporalidad y contexto lingüístico que surtieron efecto. Incluso hay referencias inmediatas a la misma Universidad Autónoma de Querétaro, lo que provoca una plena identificación con el público y los actores.
Incursiones coreográficas de jazz hacia el final de la obra permiten que Hartasánchez cierre a manera de musical, ya no como una parodia a Broadway, sino como una experimentación escénica más cercana a la interdisciplina artística. En realidad, se nota que los actores y la misma Hartasánchez, con nombres de frecuente aparición en dramaturgias intensas y ácidas, tomaron un respiro y decidieron divertirse consigo mismos y con el público.
Algunas dificultades de isóptica, principalmente para la parte alta de los espectadores, quienes tenían que levantarse para mirar a los actores en el piso y cerca de las gradas, y al momento de la admisión, más por la cantidad de gente que quería ver la obra que por problemas de acondicionamiento, la adaptación de La importancia de llamarse Ernesto a cargo del grupo de teatro “Las Sabandijas de Palacio” merece una temporada más para gusto del público que quiera refrescarse con teatro divertido, inteligente e ingenioso.
1 comentario:
Pues q te cuento mi muchacho, ese milagraso!! Me di un timpesin para leer lo que haz escrito y que vergüenza la mía al confesar que yo no he escrito nada.... la verdad es qe estoy aprovechando que alguno de mis amigos siguen de vacas para salir y divertirme jajaja... por cierto como taz? ojalá algún día nos vayamos a tomar un cafesín va q va??
te mando muchos saludos y escribime a mi mail:
cipactli_unicaconfuerz@hotmail.com
bsos
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